jueves, 11 de octubre de 2007

Todo un gran maestro

Durante décadas, los cineastas han rendido homenaje a esta imponente película de cine negro (Touch of Evil, traducida como Sed de Mal) que Orson Welles rodó en los años cincuenta del siglo pasado. Es un escabroso relato sobre la corrupción que se desarrolla en los destartalados tugurios y moteles de una sórdida ciudad fronteriza mexicana.
Lo que podría ser un insignificante thriller se convierte, a manos de Welles, en arte. Sumida en un atmósfera siniestra, la película es celebre por su plano secuencia del comienzo, casi cinco brillantísimos minutos, en los que se reparten las cartas de un malevolo y perverso juego, que se
mantiene con intriga hasta el cartel de fin.
En definitiva, un magnífico e inigualable, (aunque mil veces imitado), comienzo de una serie de audaces y complejas puestas en escena, con elementos estilísticos teatrales exprimidos al máximo. Un casi hiperrealismo en la fotografía en blanco y negro. Una banda sonora mezcla de música latina, jazz y rock (qué arte, qué arte), que es para ponerte la piel de gallina y no parar.

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